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"La Ofrenda" - por Adalberto Nieves

La ofrenda de día de muertos

Por: Adalberto Nieves


El retrato de la abuela fue colocado al centro del altar, junto a la Cruz vestida de colores vivos y al lado del corazón de Jesús. Era una fotografía hermosa tomada 20 años atrás. Un gran recuerdo familiar.


A un lado del retrato, la Cruz, que mi abuela misma solía decorar, estaba adornada con papel picado de varios colores. Ella me había enseñado a hacerlo cuando era un niño. Se cortaba el papel en flequillos y se pegaba a la Cruz de madera con engrudo de harina. Cuando estaba terminada lucía muy hermosa.


Cosa importante en el altar y como parte de la ofrenda, se colocaba un vasito de tequila, la bebida favorita de los espíritus, según decía mi abuela. Muchas veces pasaba que se debía llenar de nuevo el vasito, porque algún «espíritu» vivo se disfrutaba el licor.


Los cirios no podían faltar y permanecían encendidos día y noche. Cada uno representaba a los difuntos de la familia y para diferenciarlos se les ataba una cinta de un color diferente. El de mi abuela era el más grande y su color blanco, el de la dignidad.


Mi abuela, a quien llamábamos Mama Chucha, era muy religiosa y devota de varios santos. El día de Todos los Santos era importante para ella. Hoy en el altar siguen de pié todas las imágenes de su devoción, que conservamos como una ofrenda a su recuerdo.


El Día de los Fieles Difuntos era de singular importancia en casa. Yo, de niño, confundía todo con una gran fiesta. Veía los preparativos, el movimiento en la cocina y como salían cazuelas llenas de suculenta comida. Todo en honor a nuestros parientes muertos.


Cientos de flores amarillas, con su aroma penetrante, llenaban los jarrones dispuestos por toda la casa. Algunos de ellos serían llevados al camposanto, a la tumba de la abuela y otros parientes. Me costó mucho aprender y recordar su nombre "Zempazúchitl"


La atmósfera perfumada por las flores se impregnaba también con los vapores del mezcal que venían de la destilería contigua a nuestra casa. Eran olores de fiesta que embriagaban a todos. Aún hoy a la distancia llegan los recuerdos perfumados del día de muertos.


Me llega también el recuerdo de mi abuelo. Le pidió a mi abuela Mama chucha que mandara a hacer una lápida que dijera "Pedía mezcal en vida, ahora ruega por sus oraciones";. La tuvo debajo de su cama 10 años hasta el día de su entierro. Ya no bebería más.


Ese día especial había mucho movimiento en casa. Las mujeres en la cocina preparaban variedad de platillos y suficiente comida para todos. Recuerdo los calderos con el maíz hirviendo con el que se haría el atole, perfumado con hojas de Naranjo y miel. Todo era un completo festín.


Lo que no me gustaba mucho de aquellos tiempos era ver a mi madre vestir de negro, guardando luto cuando alguien moría. El luto por mi abuela duró 3 años. Mi madre vistió de negro todo ese tiempo, luego vendría el morado, hasta que aparecían de nuevo los colores en sus trajes.


Cuando murió mi abuela ya no se hizo más el pan de muertos en casa. Desde ese año se compraba en la panadería a pocas cuadras de donde vivíamos. Me encantaba ir a buscarlo, los olores de pan eran la gloria para mi. Y aún lo son, más ahora que soy panadero.


Mi familia sí creía en la eternidad del alma de las personas después de morir. Se pensaba que celebrar el día de los muertos y hacer todas aquellas ofrendas, era salvar las almas de los fallecidos y evitarles penar dolorosamente, atormentando a los parientes vivos.


Así como se creía en la eternidad de las almas, también se creía en un Dios omnipotente que nos daba lo bueno y lo malo para prepararnos en esta vida a lo que mereceríamos en la próxima. Era el vivir entre la felicidad y el temor, entre el bien y el mal, en lo incierto.


Al menos existía la esperanza de ganarse un espacio en el paraíso. Mi abuela que era muy religiosa, se santiguaba al escuchar hablar del infierno. Era ese lugar donde nadie querría ir al morir. –Orar nos mantiene a salvo –decía, mientras hacía la señal de la cruz.


Y de recuerdo en recuerdo se puede construir una historia, esa que narra nuestros duelos, nuestras tristezas y alegrías, nuestras esperanzas y todo lo que nos ha mantenido unidos como una gran familia. Mi abuela, que fue ejemplo de bondad, puede ahora descansar en paz.


A mi memoria vienen las peleas de mi madre con mi abuela por los cigarros. Mi abuela fumaba y a mi madre no le gustaba. Yo era el ángel salvador que le compraba a escondidas el tabaco. Me daba unas monedas y yo iba a la bodega por ellos. De premio me dejaba que se los encendiera.


Cada tarde, durante el mes de noviembre, las señoras de la familia se reunían en casa para el rezo del rosario por el descanso eterno de los difuntos. Se encendían velas en el altar. Yo veía de lejos todo el ritual, esperando a que al final sirvieran el chocolate caliente.


Una vez al año, el rezo del rosario se hacía en el cementerio, en el panteón de la familia. No era muy grande ni lujoso como otros, pero era lugar de culto y recogimiento familiar. Un ángel de cemento al que le faltaba un brazo nos miraba a todos al entrar.


El día del rosario en el panteón se encendía incienso, del mismo copal que se usa en la ofrenda, de humo blanco y grato olor. Hoy al olerlo, llegan imágenes de mi familia en los momentos tristes por las muertes de los nuestros. Diría mi padre «ese olor de la muerte».


Mi padre tenía una idea distinta de lo que es celebrar. Él celebraba la vida. Decía siempre que la vida se tiene para vivirla y para disfrutarla, que la vida es una sola y había que pasarla bien. Yo no olvido esa su filosofía y he hecho de ella la mía también.


Como niño, que empieza a entender lo que es la vida, se me hacía difícil imaginar otros planos, como aquel donde habitan las ánimas del purgatorio. Solo sé que al mencionarlo, mi abuela se persignaba y decía -«Ave María Purísima». Allá llegaríamos todos un día.


Por todos mis antepasados, mi abuela Mama Chucha que tanto adoré, mi padre amado que mucha falta me hace, por mi madre que me dejó más recientemente, mis tíos y primos que se han ido temprano, mis amigos; por todos ellos que dejaron huellas en mi alma, doy esta ofrenda en forma de texto, que no es más que un gracias enorme.


Y no se puede celebrar la muerte si no celebramos antes la vida. Mi padre me enseñó que vinimos a este mundo a buscar la felicidad, la de las cosas sencillas que llenan el alma. Yo sigo su consejo, busco la felicidad, celebro cada día, celebro la vida.


Antes de morir debemos vivir


Oct-Nov 2019

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Autor: Adalberto Nieves

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