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Foto del escritorgiocondaburgos

¡No compro una bolsa más!

Hace algún tiempo ya, en el ir y venir de mi casa al trabajo, se sucedía una escena tan repetida que ya no me causaba ningún desconcierto. A primeras horas, podía faltarme desde el celular hasta el lunch de mi hijo, pero jamás algunos billetes menudos, “el sencillo” como lo llamamos en mi país, guardado en el cenicero del carro, los cuales destinaba para adquirir un paquetico de bolsas negras que, con toda seguridad, me vendería un niñito en el primer semáforo que me tocara atender. Contando que en mi recorrido existen varios de éstos, resultaba que al final del día, había comprado dos veces el consabido paquete de bolsas, me habían limpiado, uno o dos veces más, el parabrisas del carro y llevaba conmigo –como mínimo- un pokemón.

Sin embargo, cierta vez me sucedieron dos incidentes en el mismo día, que dan razón a lo que hoy escribo. Cerca del mediodía, un muchachito se acerca, me toca el vidrio y me suelta la consabida frase: “Señora por favor cómpreme este paquetico de bolsas…” y yo, rauda y veloz, vuelvo mis ojos a la caja chica del carro y ¡Oh! angustia terrible, ¡no tenía dinero!.

Desconsolada, casi culpable, le digo: “Chamo, muérete que no tengo plata”, a lo que él, indulgente comerciante, me contestó: “Señora bonita, no diga eso, si usted es millonaria…”

Como si fuera poco la escena descrita, ese mismo día, entrando la noche, parada en otro semáforo, vi a otra criatura de seis años quizás (frustrado de tocar vidrios sin obtener dinero), tirar las bolsas en plena calle y patearlas con tal furia que estuve a punto de bajarme del carro y adquirir mi forzado paquete adicional de bolsas negras de ese día. Cambió el semáforo y no lo hice, pero si tuve conciencia en ese instante, no del stock de bolsas para basuras que poseía, sino de la desesperanza de estos niños, de su miseria y no me refiero ni siquiera a la carencia de medios, sino a la desnudez, a la mengua que significa ser niño y tener que renunciar a serlo.

Y entonces me pregunté y me lo sigo preguntando ¿Qué nos pasó? –a todos- que hemos permitido este infierno para todos esos carajitos!

Y sintiéndome una estúpida compradora de bolsas, a aquel “niñito de la calle” que me llamó millonaria, le digo (para que ni siquiera se entere) que claro que soy millonaria en bolsas negras y en deseos para que él pueda soñar.




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