Si los martes hablaran...
Hay martes que saben de lluvia. Si me apuras...saben a lluvia.
Lluvia de la espesa, de esa que moja los huesos y empapa las conciencias.
Saben de portales que hacen de improvisado refugio cuando arrecian las tormentas y se pone contestón el cielo a la primera de cambio.
Esos martes observan viandantes diferentes, tan diferentes que parecen distintas especies.
Unos tornan cariñosos, usan la lluvia de enamoradiza coartada. Los amantes se apapachan y buscan el calor en las miradas y porque no decirlo, en el tacto.
Otros corren, presurosos, como si cada gota en su ropa fuera ácido malencarado con ganas de quemar y arrasar en su caída.
Así que se ponen sobre la cabeza unos extraños artilugios de tela, y aun así, siguen corriendo, pero vestidos de otra manera. Será la moda piensan los martes.
Moda para días de lluvia.
Y eso los martes...no lo entienden.
A ver..., la lluvia es mala o buena. Daña o une. Quema o hiela.
También hay martes que saben de sol, de mucho sol.
Y aquí se esconden los amantes.
Siguen buscando refugio.
Pero los ve menos unidos, calmos, pausados, casi...casi pesados. Y todos comparten lugares apelmazados y atestados de gente, en enormes reuniones mirando de frente al sol.
Y se pregunta si se tratará de algún tipo de ritual que junta tantos en el mismo sitio, sudorosos y con cara de malas pulgas, y aun así lo repiten cada martes mientras sale el sol.
Y el martes se promete preguntárselo a alguien el próximo verano. Le mata la curiosidad.
Algunos martes saben de la noche.
Estos martes son silentes. Sin duda los más observadores y cómplices de los martes.
Ven tanto. Pero callan aún más.
Testigos de los derroches de los cuerpos, en amores ilegítimos y malditos. De la muerte de los amantes que en el día no se pueden amar. Del pirata, del drogadicto, del asesino...
Observan lo que su amigo el martes de día nunca puede ver, porque nadie, nadie se atreve a realizarlo en el día. Será por las aglomeraciones del extraño ritual.
Y el martes de noche, solo se sonríe. Porque sabe mucho y como ya dije, calla aún más.
Y cuando acaba el mes, los martes se reúnen. Extraño conclave aquel. Martes de día parlotea, de su extrañeza y curiosidad, de dos millones de preguntas, de la ropa que está de moda, del ajetreo de las mañanas, de trabajos, de niños, de juegos, de cansancio..., y martes de lluvia le frena.
¡Para loco!, déjame escuchar mi tristeza.
Y se funde en su melancolía, esa tan de martes de lluvia. Esa tan de prohibidos amantes. Y recuerda las lágrimas y los apapachos, y los portales y sus rellanos. Olvida los extraños atavíos de los martes de lluvia, porque el martes de sol le dice que también lo usan en verano, pero más grande...y se enfada. Este díaaaa...siempre quiere saber más.
Y martes de noche observa. Sonríe. Y casi se oye sonar su sonrisa. Cuánto sabe, cuánto calla.
Y entre los tres planean el siguiente mes.
Y saben que nada cambiará, que seguirá llegando el martes. Con su lluvia, o su sol, con sus días y sus noches. Sus preguntas y sus locuras.
Pero otro martes llegará. Lleno de vida... y de muerte.
Escrito por: Greta Solís
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