Estaba volviendo en sí, como si estuviera despertando de una profunda anestesia, pero en seguida se dio cuenta de que había dormido casi eternamente. Tenía la impresión de que llevaba días durmiendo. Habían llegado bien entrada la noche a la cabaña que la familia de Anouk tenía en no sé qué endemoniado Parque nacional, entre Estados Unidos y Canadá, a la orilla de no sé qué endemoniado e innombrable lago. Anouk estaba a su lado, cubierta con una sábana, dándole la espalda y ocupando con sus piernas parte de su espacio; parecía una bella estatua de mármol blanco recubierta de lunares.
La pequeña ventana en el techo indicaba que el cielo estaba limpio de nubles, y que el amanecer todavía no había culminado. Lo siguiente fueron unas impetuosas ganas de orinar, que le obligaron a deambular desnudo por aquel altillo hasta encontrar el baño. Orinó sentado para evitar hacer más ruido de la cuenta y despertarla, pero cuando volvió sigilosamente a la cama, no pudo evitar el ruido del suelo de madera gimiendo bajo sus pies.
De vuelta a la cama se quedó absorto mirando la pequeña ventana del techo y le asaltaron los recuerdos de su llegada, saliendo del “finger” y buscando la zona de llegadas. Solo llevaba su equipaje de mano. Ella estaba detrás de la puerta automática entre todas las personas que buscaban el rostro conocido. Tras este pensamiento volvió a recuperar el estado de relajación y su respiración volvió a hacerse más larga y tranquila.
Notó como la respiración de Anouk se alteró levemente y se removió entre las sábanas, musitando algo ininteligible, pero volvió a sumirse en un sueño profundo. Él se puso de lado para observarla en silencio. Su media melena pelirroja, enmarañada, su espalda con los infinitos lunares. Estaba lo suficientemente cerca como para percibir su olor a sueño, llenándose de una mezcla de ternura y deseo. Reprimió sus ganas de besarla, pero ella lo percibió y giró levemente la cabeza con unos ojos entornados y unos labios resecos, musitando una pregunta ininteligible.
Se acercó y juntó su cuerpo con el suyo, lo cual acogió gustosamente con un largo suspiro. Se apretó a ella todavía más, pasando el brazo por su pecho, mientras ella acercaba sus nalgas. Se quedaron así mientras él se dedicó a besarle el cuello y oliendo profundamente cada milímetro de su piel. Se dibujó una leve sonrisa en los labios de la mujer al notar que su movimiento de caderas había provocado su agitación, pero dejó que continuara explorando el cuello con su boca, que le mordiera con suavidad el lóbulo de su pequeña oreja, y besando cada rincón, de lo que parecía no tener fin.
Acarició su vientre, serpenteando con su mano hacia arriba, notando por primera vez aquella piel tan deseada. La respiración de Anouk había cambiado de tempo y sus leves gemidos eran ya como un dulce ronroneo. El tacto de aquellos pechos que había sido una fantasía constante. Unos pezones que había reaccionado rápidamente a las caricias.
Su mano continuó su errático e improvisado camino hasta volver a su vientre, notar su ombligo y llegar hasta su cuidado pubis. Ella sabía que le gusta el pubis poblado “sin que parezca una selva”. Y sus dedos se entretuvieron en acariciarlo delicadamente hasta buscar el inicio de aquella hendidura que conducía hasta su sexo, que encontró húmedo y receptivo a sus dedos curiosos y exploradores.
Sus gemidos eran leves, pero más frecuentes y agitados. Mencionaba su nombre como una súplica para sentirse más deseada. Ella se giró viendo de nuevo su cara desde que fueron a dormir agotados. El rubor había invadido sus mejillas, y sus ojos, ahora más abiertos, dejaban ver un color metamérico que se fundía del verde al azul, y de azul al gris a cada parpadeo.
Iniciaron un cortejo de besos orquestado por el bagaje de caricias que les había conducido a una orgía sin rumbo previsto. No quedaba ni un rincón por explorar ni con las manos, ni con los labios, ni con las lenguas. Hasta que ella le cabalgó en un movimiento ágil, grácil e imprevisto, percibiendo el ardor de su miembro al penetrar en aquella dulce caverna carmesí. Inició su cabalgar de forma lenta y circular, sin apenas dejar que la verga saliera de su interior. La frenética actividad iba en aumento de manera irremediable, con los corazones desbocados y sin impedir que sus gemidos fueran en aumento, pronunciando sus nombres, y palabras muy bellas. Palabras que por sí solas no tenían ningún sentido, y adquirían significado durante aquella sinfonía de amor y deseo.
Ambos notaron cómo la culminación de aquella pieza de música llegaba a su apoteosis tras la que se quedaron abrazados sin separar sus sexos. Sus cuerpos estaban húmedos y olían a placer. Ese olor mezcla metálico, ácido y dulzón. Sus bocas continuaban también unidas por sus lenguas, en un duelo de saliva.
Exhaustos volvieron a quedarse dormidos, y cuando Jean volvió a despertar ella ya no estaba. Ella se le había quedado mirando durante una eternidad de amor, como si el amor fuera una unidad de tiempo, viendo la apacible expresión de su rostro tras aquellos momentos en que el tiempo dejó de medirse en horas, y pasó a medirse en anhelo.
En el piso de abajo se oía el trajinar de loza y cristal, y subía aquel olor tan familiar y reconfortante del café recién hecho. Le esperaba un desayuno de todo menos frugal, como a él le gustaba. Comieron y bebieron en silencio, el uno frente al otro, no desperdiciando la ocasión de acariciarse con las miradas.
Cuando ambos acabaron, se cogieron de la mano y se volvieron a mirar. Él notó un mohín en su boca que le volvió a la realidad. Miró el reloj del horno y vio que marcaba las 08:23, y obviamente no era a.m. El tiempo se habían revelado ante su dicha, y se había confabulado para acortar su estancia juntos. Su primera estancia, la primera vez que se veían cara a cara.
Fue entonces el momento duro, real e implacable en que Anouk dijo lo que ambos estaban pensando: “¿Y ahora, qué?”
Me ha encantado... 👏👏👏👏
" la primera vez que se veían cara a cara..." Me encantó!!