«¿Ha escuchado hablar de un gran diluvio que acabó con la humanidad? ¿Volverá Dios a naufragar la tierra? ¿Qué sucede después de la muerte? ¿Cómo se mueven el sol, la luna y las estrellas?
¿A qué distancia se encuentran?
¿Cuándo dejarán de brillar?»
Diálogo de Niqueragua con Gil González. «De Novo Orbe Décadas (Décadas del Nuevo Mundo). Pedro Mártir de Angleria.» 1524.
¿Cuántas flores he de robar para que te des cuenta
que soy la primavera?
¿Dónde puedo encontrarte,
acaso en un tajo a la deriva de mi insensatez,
escondido en un verso?
¿Por qué el silbido de la música
en un disco de vinilo suena más bonito?
Los dedos de un niño desposeen la oscuridad...
¿Será porque ya son la semilla que se ha convertido?
¿Qué no sabes del padre de tu padre?
¿Cómo una onza de amor puede pulverizar mil libras de estupidez humana? ¿Dejaré de ser el recodo de tu noche
y te abriré las ventanas del pecho
con mi sol mañanero?
¿A los cuántos golpes se engendra
la subversión de una rosa?
¿Por qué con tu media sonrisa
urdiste un amuleto?
¿Un alma preñada pesa más de veintiún gramos?
¿Cómo callo a quienes nos enseñaron a callar?
¿De verdad existe el cielo de los perros?
¿Qué jinetes del miedo son esos
que emboscan nuestros sueños?
Dicen que no se aprende a decir lo que se siente.
Se aprende a no decirlo.
Así que... ¡escríbete para mí!
…
¿Por qué sigues tocando a mi puerta?
¿Qué no ves que soy invierno?
Hace mucho que dibujo laberintos
de prosa vagabunda.
Allí podemos tropezar en una oda a la soledad.
Sabes bien que nadie silba como el viento;
y tú eres lluvia con un canto de eternidad.
Aprendimos a parirnos a nosotros mismos
con letras que laten de un corazón ermitaño
que regala versos a cualquier extraño.
Descríbete con códigos en la oscuridad
y tendré una excusa para releerte.
Pretender no entenderte, por saber tanto de ti.
Tú la bailaora del sol
le robas sonrisas a las nubes;
navegas por mi piel desde antes de ser poro.
Hílame un nuevo corazón que aguante otra vida sin ti.
Me escribo en nuestras miradas espejadas
y pretendo borrarme perdones ajenos,
con errores propios y cariños usureros.
Desaprendí contigo sentires añejos;
y recomencé un soneto que se llamaba tú.
Colaboración poética.
Autores: Gioconda Burgos Arenas y Óscar Iván Acosta Muñoz.
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