Recordar, es volver a pasar por el corazón las vivencias; aquel instante en el que, una parvada de golondrinas impulsadas por aires primaverales se encajan en el pecho, sacando de entre las sombras del tiempo, reminiscencias, momentos que se guardaron en las memorias del ser: en la piel, en el vientre, en la sangre...
Una tarde ordinaria de abril, calurosa, absorta por la nada, de esas en las que el letargo se adueña de la existencia, el viento entró por la ventana arrastrando consigo un ambiente casi epifánico. A través de una visión, aquella pobre mujer observa como un par de adolescentes febriles corren hacia el campo abierto cubierto por amapolas rojas que perfumaban, con ayuda del viento, ese espacio casi onírico:
—Como si no hubiese más vida, me llevabas de la mano a perdernos entre la hierba, y cuando nos rebasaba las rodillas, de pronto y sin avisar, me tumbaste en el pasto... quedamos frente a frente, tu cuerpo correspondiendo al mío y yo, escuchando al silencio acariciado por el viento y el cantar de las aves. Con una tierna caricia de tu mano descubriste mi rostro de entre el cabello; como ese gesto del novio, que, a punto de desposar a la novia, le quita el velo.
Me mirabas como nadie lo hizo jamás. No apartabas tus ojos de los míos ni por un segundo durante media eternidad...
...pasado aquel tiempo, que me pareció infinito, hiciste que tu boca tocara mis inmaculados labios, y cuando tus labios rozaron con los míos, mis ojos se cerraron solos, alejando de mí todo pensamiento, quedando sobre el verde césped, el alma de una niña que no tiene miedo. Tus manos treparon mis piernas con hambre, tu boca se saciaba de mí y no pude frenarla, no quise. Mi corazón salvaje se estrellaba contra su jaula como una bestia feroz, y me sentí libre; me mordía los labios y dejé que hicieras conmigo lo que no me estaba permitido; ser "yo misma". Y te amé más que a mi propio cuerpo. Fuimos parte de la naturaleza, renacimos entre los elementos; fuimos tierra, fuimos fuego, aire, agua... Tu simiente se apoderó de mi vientre y lloré de felicidad, porque nunca, algo semejante me pasaría de nuevo...
Y así fue, y así ha sido por muchas eternidades. Esa noche, el Ejército Libertador del Sur dirigido por Zapata, inició su expedición hacia el norte, y jamás te volví a ver, salvo aquellas veces en las que tu hijo me mira, salvo esas veces en las que me habla y parece que te escucho llamarme: —Estela, "mi cielo"—. La Revolución fue dura, pero no tan dura como tu ausencia. Ver a tu Genarito crecer en medio de tanta desgracia, y sin la mano de un padre... tu madre dice que volviste a nacer en él, y quien sabe, ya ves lo que dicen los viejos, unos se van, otros llegan. El día en que nació fué el mismito día que nos dijeron que una bala te había partido en dos.
Y yo hablo y hablo, tratando de romper el silencio y la calma de un cerro al que nadie viene por miedo a morir en las garras de algún puma. Ya no lloro, después de recibir tus sesos en un delantal viejo y mugroso, siento que ya lloré todo lo que debía. Felipe, yo vengo a hablar acá contigo, porque te encuentro como aquella tarde de abril, entre la hierba y las amapolas, entre la tierra y el aire, entre el silencio y el canto de las aves...
Dame la bendición con el sereno de la noche/y pídele a Diosito/que me de fuerzas/porque cada que pasas por mi corazoncito/lo quebras...
fin.
Trizte. Un placer leerte. Saludos
¡Fenomenal! 👏👏😍😍