Iba en el tren. Había bastante gente. La mayoría sentada. El tren estaba llegando a la próxima estación. Se detuvo. Se abrieron sus puertas. Bajó mucha gente, pero subió mucha más. Yo permanecí sentado. Se llenaron los asientos. Hasta hubo gente que tuvo que quedarse en pie, incluida una chica que llamó mi atención. Le hice señas para que se sentara en mi asiento. Ella, con una sonrisa, me dijo no. Yo insistí. Volvió a decirme que no, que no hacía falta. Yo, a la tercera vez, le dije...
- Por favor, te cedo mi asiento porque me da apuro verte de pie, si tú quieres. Si me vuelves a decir que no, no insistiré más. - Ella accedió a sentarse en mi asiento y yo, como buen caballero que creo que soy, me quedé de pie. Tampoco me quedaban muchas estaciones para apearme. Pero conforme iba acercándose mi estación, menos me apetecía apearme, aunque el billete solo estuviera restringido hasta esa estación. Así que, decidí permanecer en el tren aunque se me hubiera agotado el billete. Y solo por seguir contemplando a esa chica que me gustaba. Imagino que ella se dio cuenta de que la estaba observando, aunque ella hiciera ver que no. El tren llegó a la estación donde yo tenía que apearme, pero permanecí en su interior. Decidí no apearme, aunque era consciente de que, a partir de ese momento, me arriesgaba a tener problemas con el personal ferroviario por viajar sin billete pasada esa estación. Pero estaba decidido a correr el riesgo con tal de continuar teniendo ante mis ojos a esa chica que me tenía loquito con solo mirarla.
El tren reanudó la marcha. Y yo, seguía de pie, agarrado a una barandilla para evitar caerme. Y seguía contemplando a esa chica, guapa, ojos marrones claros, cabello castaño largo aunque un poco recogido, pero le quedaba muy bien. Parecía de carácter risueño, aunque eso aún no lo había comprobado. Así que, en cuanto pude ver algún asiento libre lo más cerca de ella, me senté. Y, poco a poco, fui entrándole, procurando que no la molestara demasiado. Ella me sonreía, yo también a ella. Cada vez hablábamos más, siempre con una sonrisa. Le pregunté por su nombre, me dijo que se llamaba Rebeca (un nombre precioso), y yo le dije que me llamaba Salvador, Salva para los amigos, aunque podía llamarme Salvador sin problema si así lo prefería Rebeca. Llevábamos ya mucho rato hablando, hasta que me dijo que en la próxima estación se bajaba ella, que había sido un placer hablar conmigo y por mi simpatía. Entonces se le ocurrió la idea de darnos nuestros números de teléfono para mantener el contacto. Me pareció una fantástica idea. Se lo facilité encantado y ella me dio el suyo encantada. Nos dimos dos besos y nos prometimos continuar con el contacto, llamarnos y vernos para pasar un rato agradable juntos y así, quizá también ahondar en nuestra amistad y quizá, quizá, quien sabe si a algo más profundo.
Pd: Logré salir de la estación sin que me penalizaran por no llevar billete. 😉
Salvador Periz Nogueras
Gracias, Nuria. Saludos.
Menos mal qué después de todo no te pillaron. Un placer leerte. Saludos