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Un extraño perfume invadió la estancia. Colores rosados resplandecieron en los albores del ocaso. Algo renacía en su interior. Asombrada por el aroma que aturdía sus sentidos impidiéndole pensar con coherencia se esforzaba por permanecer en la cama.
Se estremeció. Su resignación al corto camino hacia la vejez persistía. Los párpados le pesaban como frías pesas de duro acero, aún así abrió los ojos y sonrió levemente.
Un largo día más—se dijo—y de nuevo la tristeza inundó su corazón.
Con el amanecer el suave canto del colibrí acarició sus sentidos en esta mañana extraña de sin sabores. Parecía una triquiñuela del destino. La añoranza oprimia su pecho, el llanto afloraba y la ahogaba sin poderlo evitar.
Aquel colibrí agitando rápidamente sus alas me animó a levantarme y a continuar otro día más, a pesar del dolor que sentía por la melancolía y la soledad, viendo en mi mente la gran losa de mi futuro panteón. El colibrí se marchó visitandome después un ruiseñor que cantaba melodiosamente. Tal era su sinfonía natural que me cambió el rostro y el ánimo drásticamente. Si me tenía que ir pronto por lo menos despedirme de mi familia y cumplir un último deseo desde hace muchos años y morir feliz por haberlo conseguido o al menos haberlo intentado. Silbé al compás del ruiseñor y silencié al silencio. Me perfumé con agua de rosas y la brisa de la mañana meció mi cabello teñido de hebras de plata. El paso del tiempo se adueñó de la firmeza de mis manos y la llenó de arrugas que acunan experiencias vividas en una vida que en ocasiones, fue traviesa. Acaricié la larga línea de mi palma, cada día más difusa y los hermosos recuerdos florecieron en mi memoria. Besé la fotografía que descansa en la mesita de noche y musité sus versos preferidos. El colibrí regresó y con sus alas y enjugó mis lágrimas. Ay, esa incauta vejez que irremediablemente avanza sin apenas avisar. Esa vejez que es como las hormigas que poco a poco, van recabando provisiones a sus hormigueras. La vejez, esa incauta y condenada vejez que nos va acercando cada vez más a nuestro adiós de este mundo irremisiblemente y sin paliativos. Es el precio a pagar por nacer para ir muriendo cada día un poco más en la solitud más severa y desazonada. Incauta vejez, una palabra triste y poco amable para muchos que prefieren usar el eufemismo de tercera edad. Llegar a la vejez es signo de vida, de una larga vida vivida, hay quien deja este mundo de forma prematura, sin llegar a la vejez, eso es mucho peor. En la naturaleza hay una especie que lleva en su ADN la vida y la muerte, el salmón, nace en un río y nada rápido hasta llegar al mar , el lugar donde vivirá hasta llegar a edad adulta y sentir cercana la muerte, entonces,después de ser fecundados, vuelven al río donde nacieron, ponen sus huevos en el agua y mueren exhaustos, después de asegurar una nueva generación de salmones. Volviendo a los humanos, nunca olvidemos y hay muchos ejemplos de ello, que hay ancianos de 25 años y jóvenes de 80 años.
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