Fragmento de una vida que no muere, ni muriendo... por "Eve" Cortez.
- 21 oct 2019
- 6 Min. de lectura
Es un placer para mí compartirles un relato casi inédito de un hombre extraordinario, para otro hombre extraordinario. Espero que les guste tanto como a mí y poder traerles más acerca de este autor. Que lo disfruten.
Amo, amas
Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo obscuro del lodo;
Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
Y cuando las montañas de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!
Rubén Darío
Rubén era un niño inquieto. Un rubiecito rebelde, con mucha energía y pocas pulgas. De chico se supo que iba a ser inmanejable. Siendo apenas un infante, una vecina lo retó y lo insultó y él le dio una cachetada que le dejó marcada la mano en el cuello. Ya adolescente salía a defender a todos sus amigos del barrio. No pasaban muchos días sin que llegara a casa estropeado con la ropa rota y la nariz sangrando. Mi mamá habrá pensado que cuando creciera y madurara un poco se iba a calmar. Pero no. Quizás por tener fama de “malo” o “guapo” era objeto de provocación de parte de “caudillos” de otros barrios. Él no se le achicaba a nada ni a nadie. Podía ser mayor que él, más grande, no importaba. Incluso podía ser "milico". No lo amedrentaba ni un uniforme; y así, habrá pasado alguna vez algunas horas en la comisaría.
Cuando empezaron a despertarse sus hormonas, empezó a ganarse su plata con cualquier changa. Recuerdo que él tenía sus elementos personales como champú (Clinic azul, por supuesto), pasta dental, colonia, perfume, máquina de afeitar y desodorante. No salía a la calle si no estaba bien vestido. No tengo recuerdos de él en zapatillas. Alpargatas para andar de entre casa, y mocasines para ir a la plaza o a ver a alguna chica. Prolijo siempre, cuidadoso y con una estampa varonil y de caballero andante. Dicen las malas lenguas, que mujer que se cruzaba con él, quedaba deslumbrada y cautiva para toda la vida. Dicen.
Nadie le debe haber enseñado, pero tenía una verdadera concepción de lo que es ser hermano mayor. Nos cuidaba, nos protegía y nos enseñaba. Recuerdo, entre otras cosas, que me llevó al cine por primera vez. Yo debí haber sido muy chico. Si algún paceño mayor lee esto recordará el Cine Sarmiento; competencia del Cine REX, que aunque tenía más murciélagos y telas de araña, hay que reconocer que, tenía las butacas en declive para ver solamente la película y no la nuca del que está adelante como pasaba en "el REX". La cuestión es que me llevó a ver una de vaqueros, y yo no podía soportar cuando los caballos avanzaban sobre la pantalla y se hacían gigantes. Yo, instintivamente me daba vuelta del cagazo que me daba. Él me llamó la atención, y recuerdo haberle dicho que me daba vuelta porque me llamaba la atención la luz que salía de las cabinas proyectándose en la pantalla. También me aconsejó cuando tuve mi primera novia. Me enseñó una técnica para (perdón lo machirulo), “levantarse” a una chica. Una técnica que puse en práctica muchas veces, y da resultado. No voy a decir cuál era porque aún la practico y no es cuestión de avivar giles.
En fín... un día, entró a trabajar en la Estación de Servicio YPF. Creo que ya no era del Pocholo Ríos y me parece que era de uno de los Raed. La cuestión es que a los dos o tres días, como suele suceder cuando entra alguno nuevo a un trabajo, faltó plata al final del día. ¿A quién le echaron la culpa? ¡Al Nuevo!. No lo despidieron, simplemente le descontaron lo que faltaba. Fue una de las primeras veces que lo ví llorar de bronca. Odiaba la injusticia. Juraba que se lo habían hecho a propósito y mandó a todos a la mierda. Creo que fue ahí donde decidió irse del pueblo a buscar un futuro en otro lado.
No sé por qué razón, (nunca lo voy a entender), decidió enrolarse en La Marina. Se anotó a distancia, lo llamaron. Y ahí fue, con destino a la provincia de Buenos Aires (creo que fue Zárate), como cadete de Marina. Tenía un estado físico excepcional y era muy inteligente, por lo que no tuvo inconvenientes para ingresar. No sé cuánto tiempo estuvo, quizás un año. Tuvo la oportunidad de visitarnos dos veces, lo recuerdo con aquel traje militar y un piloto espectacular, por el que no podíamos sentir menos que admiración. Pero un día La Marina le dio “la baja”. Corría los años de la dictadura del ’76. Aparentemente le dieron "la baja" porque su papá militaba dentro del Partido Justicialista. Alguien de La Paz había informado a La Marina que su padre era “Zurdo”. Así eran las cosas en aquellos tiempos. Persecución ideológica y presos políticos. Le tocó a mi hermano. Le cortaron una carrera que él había abrazado.
Yo debo decir que con el tiempo agradecí aquellos hechos. Porque si no hubiera sido así, mi hermano hubiera sido militar, de la armada; en épocas de sangre y crimen. No podría estar orgulloso yo, como estoy, de no tener ningún familiar milico. Pero en su momento fue muy doloroso. Con el tiempo supe quién fue el que dio la información sobre mi hermano. Un ex intendente de facto de aquellas épocas. No voy a dar el nombre porque seguro ha muerto y podría ser un estigma para sus familiares que quizás (quizás) no tengan nada que ver en dichos hechos.
Se enganchó entonces en la compañía constructora del “Gringo" Paolini y le gustó. Le gustó el trabajo duro, pero bien pagado. Le gustó hacer horas extras y cobrarlas al doble. No importaba el sacrificio. Este trabajo lo alejó de La Paz. Sé que lo hizo con dolor y sufrimiento. Sé que la nostalgia se le prendió en el alma y no lo abandonó nunca.
En fín... Nada de esto pudo cortar las alas de mi hermano. Nada le bajó sus ansias de eterno peregrino. Idealista como pocos al punto de la exageración. Amante de la naturaleza al punto de no respetarla. Paciente y perseverante. Analítico y empático. Soñador y futurista. Pero siempre libre.
Miren… cuando yo era chico, para la promesa a la bandera que se hacía en la escuela, la directora leía unas prosas que supongo ya no se leerán más. Recuerdo a la Teresa Impellizzieri (Señorita Impellizzieri) leer sobre la bandera argentina:
“Nunca fue atada a ningún carro vencedor…”
Bueno… hasta el día de hoy, esa frase me recuerda a mi hermano Rubén.
Es muy largo contar las anécdotas y las experiencias vividas. Sólo quería resumir en estas pocas palabras el color del alma de mi hermano. Amante del Sol y la Tierra. Amante de sus padres y de sus hijos. De sus hermanos, de sus animales. Lo ví hacer la cuna para su primera hija. Lo vi sufrir cuando perdió a su primer hijo varón, tan esperado, y que se le fugó de las manos dejándole apenas una mueca y una manito apretada. Un hermano al que le estaré eternamente en deuda.
Cuando murió lo primero que me salió escribir fue “Ha muerto un hombre libre”. Y me pareció acertado. Pasó buenas y malas. Hubo tiempos terribles de vicio y soledad. Pero nunca lo vi hocicar. Su música es Orejano por Jorge Cafrune. “Porque no me han visto lamer la coyunda, ni andar hocicando pa’ hacerme de un peso”… “y no me asujeta ni un freno mulero”
Mi hermano abandonó este mundo. Dicen que eligió el día. Dijo: -el Jueves se termina todo-, y murió un jueves, aunque duró respirando hasta el viernes. Dijo que su mamá (mi madre) lo venía a buscar. Mi mamá fue su debilidad. Le causó muchas preocupaciones, pero jamás le causó un disgusto. Que son cosas distintas. Hasta le permitió a mamá, en parte del último tiempo, que se sintiera otra vez madre de un hijo menor. Porque tuvo que preocuparse como se preocupa la madre por su hijo adolescente.
Tendrá que pasar un duro purgatorio. Se encontrará allí, con tantos pájaros que mató y encerró. Pero jamás le van a endilgar que le hizo mal a ninguna persona. Un alma noble y buena, un soñador, un alma liviana, un par de alas gigantes. Deja un buen nombre. Dios quiera haya tenido en su último tiempo el cariño y el amor que se merecía. Es muy probable que esté en este momento tomando mates con mi vieja y discutiendo con su hermano Jorge sobre política. Se llevó, aunque parezca una pavada, la alegría de verla volver a “La Cristina” a quien amaba.
En fin. Rúbén no está más. Rubén Darío. Hasta nombre de poeta. Cuando empezaba a acostumbrarme a decir que somos 6 hermanos, ahora tengo que aprender a decir que somos 5. La muerte, inexorable e inevitable, nos va a ir llevando de a poco. Yo espero estar mucho tiempo por estos lares, pero cuando me toque la hora, me voy a poner el pañuelo de cuello que me regaló y me prepararé para reencontrarme con él. Será un abrazo tan fuerte como aquel que nos dimos cuando lo fui a ver a Salta, yo con 16 años y él, como siempre, enamorado de la vida.
"Eve" Cortez
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