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El hombre sin sonrisa







Mario no sonreía.


Nadie sabía el porqué, pero en el pueblo de Oxoto, nadie recordaba cómo era su sonrisa. Y mucho menos, una carcajada.


Mario iba una vez por semana a la tienda, por las viandas para su hogar y el vendedor siempre trataba de hacerlo sonreír:

- Oiga, Mario, vio, su equipo, el Oxo FC acaba de ganar el cásico, me imagino que estará muy contento - decía siempre sonriente Álvaro, a pesar de ser hincha del rival Xaxa.

- ¿Ah sí? No me he enterado, no tengo tele y hace mucho que no veo ningún partido. - Y pagando en efectivo, se iba casi sin levantar la mirada, cómo si el piso le estuviera hablando.


Luego iba a la Farmacia, también una vez a la semana, donde lo atendía la afable anciana Juana, una abuela muy buena y querida en el pueblo, a quién le faltaban algunos dientes.

- Hola Do' Mario, cuánto tiempo que no lo veía, ¿cómo está usté'? - siempre con una gran sonrisa estaba Juana.

- Hola Juana, bien gracias, cuídese mucho - y se retiraba siempre caminando cabizbaja.


Al sitio que iba más seguido, dos veces por semana, los lunes y los jueves, era la Taberna del pueblo. Allí era donde más conocían a Mario. Allí estaban sus únicos amigos, el cantinero Marcos, el primo Diego y el más antiguo amigo Norberto.

- Miren muchachos, ahí llega Mario - dijo Marcos.

- Hola Mario, ven a la mesa, ya te esperábamos - dicen casi al unísono Diego y Norberto.


En silencio, Mario levanta la mano y despacio, se acerca a la mesa, donde toma su lugar, el mismo sitio donde se ha sentado en los últimos 20 años.

- Hola muchachos, qué tal Marcos, ¿me traes un café por favor?

- Negro, sin azúcar... y después la gente no sabes por qué no sonríes, ¡ja! - y tras esto, se fue detrás de la barra a preparar el café.


Lo cual, inició la carcajada de los demás. Bueno, excepto Norberto, quién nunca olvidaba la historia de Marcos.

- Hoy Ana cumpliría cuantos... ¿49, 50? - y tras decir esto, le dirigía una mirada de comprensión.

- Ya serían 54 años. - diez menos que la edad de Marcos.

- Sí, cierto. Fue horrible lo ocurrido Mario, ya han pasado 15 años, hace rato que tendrías que haber intentado continuar con tu vida - piensa Norberto en voz alta.

- Mi vida se acabó el 27 de mayo de 2005, desde ahí hasta ahora y lo que aún me reste, ya es tiempo de sobra - dijo serio Mario, que aún veía en su mente a Ana y a Leti, su hijita fallecida el mismo día con 7 añitos.

- Aquí está el café - dijo fuerte y claro Marcos, que siempre trataba de acortar el tema. - Vamos, vamos, somos los que estamos, cada día se nos da una nueva oportunidad de vivir.

- Fue una verdadera tragedia, Mario. Pero tú no tuviste la culpa - habló Diego, quién siempre trataba de alegrar a Mario con alguna payasada. Excepto cuando salía el tema, que era casi siempre.

- Tú no estuviste allí - dijo Mario.

- Cierto, pero mi padre, que en paz descanse, me contó todos los detalles. Todo el pueblo sabe que el culpable fue el otro conductor, que estaba drogado.

- Tal vez, pero yo, que nunca tomé alcohol en mi día, ese día tomé una copa "por quedar bien" y cómo resultado, no pude frenar a tiempo. - Tras esto, Mario se tomó su café de una.

- Todas las pruebas dijeron que no tenías ninguna cantidad significativa de alcohol. Te castigas demasiado. - dijo triste, Diego.

- Gracias Diego, eres un buen chico, tu padre estaría orgulloso de tu forma de ser.


Diego, de 47 años, entró a la mesa tras el fallecimiento de su padre. La verdad, toda la vida Diego había sido un joven honesto y reservado. No se le conocía ninguna novia. Pero todos tenían excelentes conceptos de él. El día después que su padre perdió la vida, fue a agradecer a sus amigos por su aliento en el velorio. De alguna manera, lo sentaron, lo hicieron parte de ellos y casi lo adoptaron. Ya iban cinco años desde que formaba parte de esa mesa. Con sus rasgos físicos similares a los de su padre, es cómo que el grupo no hubiese perdido nunca a su gran compañero.


Tras ese intercambio de palabras, Mario se despidió de todos y se fue a su casa. Se podría decir que poco más o poco menos así ha sido la vida de este hombre desde que ocurrió el accidente. Antes, era un hombre sumamente feliz, del que hoy, sólo quedaba su sombra.


Sin embargo, una semana después, al volver a la Taberna para ver un rato a los amigos...

- Ahí llega Mario, no digan nada - dice Diego.


Mario los ve, levanta la mano y dice:

- Marcos, un café por favor - y se aproxima a la mesa sin siquiera levantar la vista.

- ¿Acaso me has visto a mí cara de hombre, guapo? - responde la nueva encargada de la barra, con un pelo negro largo y brilloso, ojos también negros como la oscuridad de la noche, una piel tostada que por poco no llega a morena y - aunque trata de que no sobresalgan - un escote que sería sencillo, si no estuviese haciendo tanto calor. Tenía sí algunas arrugas, señales de una vida que ya tenía sus años, pero aún, conservaba una belleza natural muy cautivadora


Mario, al escuchar una nueva voz, y no sólo nueva, sino femenina, levanta la vista y, por breves instantes, hicieron contacto, de una forma que sólo un hombre y una mujer que ya han vivido - y sufrido - mucho, lo pueden hacer.


- ¡Ja! Que les dije, no la iba a notar - dijo Diego, cómo si hubiese ganado una apuesta.

- Perdone, mi nombre es Mario, ¿quién es usted y qué a ocurrido con Marcos?

- Hola Mario, mucho gusto, mi nombre es Lorena, pero todos me dicen la Lore, Marcos está con licencia y me ha pedido que lo venga a cubrir un tiempo... qué tal vez se alargue, porque ya está pensando en retirarse.

- ¿Marcos, retirarse? Si aún es joven.

- Bueno, tal vez hoy 69 años puedan parecer jóvenes, pero él lo siente en los huesos.

- Y tú cuántos años tienes Lore - preguntó Norberto, con una sonrisa.

- Para, que a las damas no se le pregunta la edad - responde cómo reprimenda Mario.

- Aún así yo también quiero saber - dijo Diego.

- ¡Ja! Tengo 48 y muy bien puestos - dijo con tono burlón - pero igual, muchas gracias Mario - sonriendo - y ahora, ¿me dirás cómo quieres tu café, o lo tengo que adivinar?

- Perdón, negro, sin azúcar.

- Ya me lo imaginaba, te lo traigo enseguida cariño. Y tras esto, se fue a la barra con un bamboleo que seguramente aún conservaba de su juventud bailarina.


- Por favor, que parece que nunca han visto a una mujer - les dice Mario a sus amigos,

- Te ha dicho cariño - responde Diego - ¡te ha dicho cariño! ¡Oh!

- Pero calla la voz que me avergüenzas, seguro que se lo dice a todos los clientes.

- Vamos, Mario, tú sabes tanto como yo, qué eso no se dice así cómo así - ahora es Norberto el que interviene.

- ¡Joder! Vaya si están pesados hoy. Callaos que ahí me trae el café.


- Aquí tienes tu café, Mario. Y perdóname, creo que sin querer le eché un poquito de azúcar al confundirme de taza, espero no sea un problema.

- Em... no pasa nada, muchas gracias igual.

- Si necesitas algo, me lo pides, cielo, ¿ok?

- S... Sí, g... gracias.


- Que te estás poniendo rojo Mario, que te estás poniendo rojo - dijo muy alegre Norberto de ver así a su mejor amigo de toda la vida.

- Nada, nada, deja ya por favor.

- Está muy bien Mario, no tengas miedo, ambos son adultos y además, estoy seguro que tiene más años que los que dice - agrega Diego.

- Bueno, visto que estáis pesados, me retiro por hoy - y tras dejar una buena propina, bastante mayor que la habitual, se levanta dispuesto a irse.


¡CLANK!


- ¡Ayyy! ¡Qué me quemo! - dice Lorena, tras haber chocado con Mario y, sin querer, éste haberle tirado el café encima de su generoso busto. - ¡Quién fue el zoquete que me ha quemado, por mil demonios!

- Disculpa Lore... Lorena, no te he visto, ha sido mi culpa.

- Mi camisa más nueva... - dice apenada

- Lo... lo siento muchísimo.


Y así, con prisas, sale casi que corriendo nuestro protagonista. Pero, esa misma noche, pasada la 1AM, cuando cierra la taberna...


- Hola Lorena - dice Mario

- ¿¡Quién está ahí?!

- Disculpa, no quería asustarte, soy Mario.

- ¡Ay, Mario que susto! No pasa nada, discúlpame el grito de hoy, es que a veces no me contengo. No quise ser grosera contigo, sé que fue solo un accidente.

- No, qué va, todo lo contrario, soy yo quién se debe disculpar, no me fijé y sin duda que una quemada, de cualquier tipo que sea, siempre va a doler. Y para disculparme, he tenido el atrevimiento de comprarte una remera nueva, parecida a la que tenías puesta.

- ¡Oh! No era necesario, pero muchas gracias... y la verdad que es muy bonita.

- Sí... es medio parecida a las que le gustaban a mi Ana - dice casi sin darse cuenta nuestro Mario.

- ¿Ana?

- ¡Uy perdón! Vaya que meto la pata, quiero decir, que si no es el talle adecuado, también tiene ticket de cambio en la bolsa.

- Estoy segura de que será el talle adecuado, no sé, pero se me hace que sabes mucho de tallas - dice haciéndole un guiño.

- Yo...

- Es broma, cariño, no quiero que te sonrojes, te agradezco mucho el gesto que has tenido. No quiero parecer abusona, pero veo que tienes un coche, podrías llevarme a casa. Sólo vivo a 7 calles de aquí, pero mi vehículo está en el taller y la noche... por estas zonas, está generalmente muy oscura.

- Por supuesto, con gusto.


Podría, querido lector, abundar en detalles de caballerosidad y buen corazón de nuestro protagonista. Para abreviar, iremos directamente al punto del destino, tras ir hablando de todo y de nada en el breve tramo que separa el trabajo de la casa de Lorena. Sólo agregar, que Lorena, o simplemente Lore, le contó que en realidad tiene 55 años y es viuda desde hacía 10.


Al bajarse del auto, Mario nota lo sencilla que es la casa de Lorena. El frente se ve con la pintura picada e incluso alguna baldosa del acceso a la propiedad faltante. Sin embargo, algo le decía a Mario, que esa propiedad tuvo mejores tiempos... quizás hace mucho.


- Muchas gracias, Mario, has sido muy atento conmigo.

- Es un gusto Lorena

- Lore - lo interrumpió - recuerda, dime Lore - lo dijo con esa expresión amena y cálida que no todas las personas saben transmitir.

- Lore... tienes razón.

- Mira, recién nos conocemos, pero me caes muy bien y yo soy mujer de armas tomar, te gustaría entrar y platicar un ratito con un café en medio.

- Me encantaría, de verdad Lore, es sólo que... - y la frase quedó a medias.

- Lo entiendo, no te preocupes Mario. Es muy bueno saber que aún hay hombres como tú. Te espero pronto en la taberna, ¿vale? el próximo café será invitación de la casa.

- Muchas gracias, Lorena... digo, Lore. Y, por cierto, sí alguna vez necesitas un pintor o un electricista o fontanero, cuenta conmigo. Y lo que necesites te lo haré gratis por ser tú. Sólo te cobraré un café.

- Vaya, menuda oferta, mira que te tomo la palabra. - Y tras decir esto, le da un beso rápido en la comisura de los labios y entra corriendo a la casa.


Mario, siente cosas que creía que nunca volvería a sentir. Sólo se había sentido así con su Ana, su querida y difunta esposa. Quién sabe, tal vez a sus 64 años, la vida aún, tenga una nueva oportunidad para él. Y así, sin darse cuenta, Mario vuelve a su casa, con una de las más hermosas sonrisas que un hombre pueda tener a esa edad.

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1件のコメント


Salva
Salva
2020年4月26日

Precioso, Santi. 👏👏👏👏 A veces, por más triste que estés y por más culpable que te sientas por algo que no tuviste la culpa, en la mayoría de las veces, siempre hay otra oportunidad para volver a sonreír. Gracias. 😊

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