En el techo, el ventilador oscilaba a treinta y tres revoluciones por segundo o menos, quizá más, lo ignoro. Cómo ignoré el hecho de necesitar tomar la pastilla de las cuatro de la tarde. Era más sencillo estar recostado que levantarme a la cocina y tomar la pastilla de las cuatro, al fin que se aproximaba la de las ocho.
En el televisor el partido iba empatado a ceros, a ceros como mi bolsillo y en esta tarde ni mi hijo ni algún nieto habría venido a visitar a su viejo cascarrabias, para lo que me importa en este momento. No era quincena ni mucho menos mi cumpleaños, así que, ¿por qué tendría que tener visita? En estos momentos, recuerdo fielmente a mi difunta esposa y la nostalgia me transpira, como sudor ácido, seguramente cualquier joven percibirá mi olor a humanidad funesta. Tomé un viejo libro y reviví un paisaje mientras en la televisión el comentario en turno era la anotación del primer tanto del partido. Como si me importara quién anotaba el gol o quién ganara el juego. Llevaba años sólo escuchando el partido para hacer más amena la tarde en la soledad de mi habitación desordenada, como mi alma que se deshila cuál madeja tirada en el suelo y un ser descuidado la patea, la hace rodar entre las patas de la cama y choca repentinamente con el sillón roído por el tiempo inexorable y atroz.
Mientras me adentro en la lectura. Qué maravilloso se ve el campo en letras cursivas y profundiza mi pensamiento, y percibo el viento y uno que otro aroma lejano; y no éste olor a ciudad polvorienta:
“Va la joven canturreando entre la vereda y las aves le dan una sensación única a esa bella tonada de alientos. Toma un poco de agua fresca del río y se queda mirando el caudal, en esa agua fresca habitantes de agua dulce deambulan alrededor de sus pies, algunos le hacen cosquillas entre los dedos otros le muerden sin piedad la pantorrilla. Ella siempre sonríe y se toma la libertad de peinarse en medio de esa corriente tranquila. Pasa su mano en el agua y delicadamente acaricia su cabellera lacia una y otra vez. El negro de su cabellera era igual al negro de sus ojos una constelación podría habitar en esa belleza natural entre esos dos mundos que aunque paralelos, podrían ser tan cercanos a la vida que en ellos existe”.
Alguien tocó repentinamente la puerta. En el televisor el marcador se había empatado, el partido iba nuevamente igual de aburrido que mi vida recostado en la habitación principal y el libro entre mis manos. En eso, alguien llamó a la puerta. ¿Qué insolente tocará a estas horas en que comenzaba a describir a mi esposa en el libro que años atrás habría publicado? ...seguía la mejor parte para mí, en donde cuento cuando la conocí. Seguramente no tardarían en brotar lágrimas de mis ojos, como cada vez que abro este libro y lo leo una y otra vez siempre descubro algo nuevo o algo que cambiar:
“Entre los arbustos, de pronto se escucharon unas pisadas asustadizas que huían, la joven salió apresuradamente del agua y comenzó a gritar: —¿Quién anda ahí? ¡salga si tiene algo de pudor por andar espiándome!—. De entre los arbustos apareció un joven de tez morena y ojos asustadizos y se explicó diciendo: —Disculpe señito, no quería que se molestara, sólo pasaba y de pronto la ví, de reojo, y no podía dejar pasar sin preguntarle su nombre.— Ella respondió: —Martina, así me llamo, así que ¡váyase ya!—. —Lindo nombre —, dijo él, —igual que usted—”.
Nuevamente tocaron a la puerta, ahora insistentemente.
—¡Papá! ¡sabemos que estás ahí! ya escuchamos la televisión prendida, ¡abre!
Así que, mejor seguí recostado, era mi hijo, seguro venía por dinero y me evito la fatiga de levantarme de la cama. Al fin, él trae una copia de las llaves y puede pasar si lo desea. Como las tantas veces que ya ha entrado para hurtar mis cubiertos de plata o alguna que otra antigüedad, ...aquí todo es antiguo, como mi alma...
—¡Papá abre! tenemos una noticia importante.
—Creo que no va abrir, así que entremos. —¡Abuelo! ¿Dónde estás?
Vino corriendo hacia mí el único nieto confiable y me susurró:
—(hágase el dormido abuelo, vamos a jugarle una broma a mi papá, ya que planea algo que a mí la verdad no me convence.) ¡Vengan rápido el abuelo a muerto! —Papá no te hagas, papá... ¡Papá!
El hijo tomó el pulso y pudo reconocer que era una broma.
—Ven ya párate, arréglate que vamos a salir.
—¿Ahora? ¿A dónde iremos?
—No desesperes papá ya verás, te gustará mucho ese lugar, sirve que para el segundo tiempo ya estas gritando el gol.
—Como si me importará el partido, ya sabes que detesto el fútbol y más detestable es salir cuando estoy teniendo un día muy ameno en casa.
Salieron de la casa y todos subieron al automóvil. El hijo manejó varios minutos hasta llegar a una casa grande con una fachada blanca, la casa se encontraba en completa pulcritud. Él se bajó y tocó el timbre de la casa, el abuelo permaneció sentado en el interior del auto junto con el nieto.
—Ahora, ¿qué es este lugar? explícame antes que vuelva tu padre.
—No puedo decirte abuelo, sólo dice que estarás mejor aquí yo la verdad no sé si te la pases mejor, ojalá que sí. —Pues me da mala espina este lugar, pero se ve muy bonito a la vez.
—Papá ven, baja del auto, tú espera aquí Fernando.
Adentro, estaba una sala y ahí esperaron los dos.
—¿Qué es este sitio hijo? dime.
—Ya lo verás, no pasa nada.
—Señor Alberto—, lo llamó una mujer, y él se paró de su asiento.
—Soy yo.
—Venga, lo esperan en la sala de televisión.
—¿Me esperan? ¿quiénes?
—Pues sus amigos, ó bueno, sus nuevos colegas. Venga, si no le gusta ver el partido puede jugar ajedrez, o lo que usted quiera hacer.
En la sala de televisión se encontraban varias personas adultas, en cuanto entró a la habitación gritaron
—¡Goool!
Alberto agachó la cabeza y por fin sintió la derrota caer a sus espaldas, reconoció el lugar dónde estaba y en donde iba a pernoctar día a día hasta el final de sus días.
Fin
Que hermoso y triste a la vez, Uli. Gracias. 👍