Una familia, cada año, armaba el más grande, destacado y luminoso árbol de navidad de todo el pueblo. Toda la familia ayudaba en el armado. Pero ese año, la bola más hermosa, de todo el árbol, se rompió. O, mejor dicho, se quebró en un costado, haciéndose un hueco en ese lugar. La bola, era de vidrio azul, con un grabado de un pueblo nevado. Más allá de todas las Navidades que habían pasado juntos, la familia con esa bola, al estar rota, decidieron desecharla sin más. La dejaron sobre un bote de basura, no queriendo embolsarla, para que no se pinche nadie con ella al levantarla. Pero, todavía faltaban unas horas para que la levantase el camión de la basura. Y como ese día hacia viento, la bola, en una ráfaga, se cayó... pero, cómo había mucha nieve, por suerte, no se rompió más. Y, tras la caída, guiada por potentes ráfagas de viento, la esfera navideña, comenzó a alejarse, rodando del lugar. A veces, cuando quedaba debajo su lado roto, se detenía por momentos. Pero, al poco tiempo, seguía rodando y rodando. No se sabe muy bien cómo fue, que a las afueras del pueblo llegó. Y allí, una señora, de un aún hermoso cabello rubio y unos ojos que demostraban mucho cansancio, la encontró. Le gustó tanto, que no dio importancia a que tuviese un lado quebrado. Y la llevo a su humilde morada. Elisa y Roberto eran los padres de dos niños y una niña maravillosos. Más, la vida había sido dura para ambos, por lo que no tenían para más que alimentar y vestir a los niños. No había dinero para regalos, ni para ropa nueva - casi todo lo recibían de la caridad o lo hacían ellos mismos y los hermanos se iban pasando la ropa que ya no le quedaba al mayor - sin embargo, a pesar de todas las dificultades, era una familia feliz, pues se tenían los unos a los otros. Aún así, los padres lamentaban no tener regalos y casi que ni adornos, para la Navidad. Sólo con unas telas desteñidas a modo de guirnaldas, decoraban alguno de los abetos que tenían cerca de la casa. Pero, si había algo que tenían Elisa y Roberto, era creatividad. Elisa le mostró a Roberto la esfera que había encontrado y le dijo lo que pretendía hacer con ella. Y Roberto, que era Herrero y alguna vez había trabajado con vidrio, tomó la bola, le fundió un costado y pulió, con mucho cuidado, el borde del quiebre, para que nadie se lastimase. Llegó la noche de Navidad y, la bola, que ya no rodaba, se había convertido en un centro de mesa. Y, por la abertura superior, habían puesto una vela roja, que Elisa tenía guardada desde hace tiempo. Los niños, estaban encantados con la bola, nunca habían tenido algo tan lindo, un objeto de esas características. Para ellos, esa esfera, ahora centro de mesa, era el regalo de esas navidades. Y aún, faltaba el encendido... Y cuando la noche empezó a llegar, fue el momento de encender la vela. La vela roja, iluminó y calentó el alma de esa humilde familia. Más, cuando se empezó a derretir, cuando la luz de la vela ya quedaba dentro del hermoso centro de mesa, algo maravilloso ocurrió. La luz de la vela, se refractó por cada sitio del vidrio azul de la esfera y la luz, amarilla por dentro, iluminó todo el humilde hogar con luces de distintos colores. No había un solo lugar de la casa que no brillase. De hecho, alguien que pasaba cerca del humilde hogar, al ver los colores tan llamativos y hermosos que salían de este, fue a contarlo en el pueblo. En el pueblo, se corrió la voz, de las maravillosas luces que se veían en las afueras. Así que las personas decidieron ir a ver. Pero, cómo sabían que una familia humilde de muy buenas personas, vivían por allí, decidieron llevarles todos algunos presentes. La familia de Elisa y Roberto se sorprendió al ver llegar a tanta gente. Parecía que todo el pueblo se dirigía hacia ellos. Roberto quiso apagar la vela, temiendo que su luz, hubiese molestado a la gente del pueblo. Más, Elisa, no se lo permitió. Y cuando todos los habitantes del pequeño pueblo iban llegando, vieron las hermosas luces que envolvían ese humilde, pero cálido hogar. Y así, cuando todos estuvieron presentes, deleitándose con la luz, que parecía eterna, todos los vecinos, se abrazaron y comenzaron a compartir regalos con la familia de Elisa y Roberto y también, entre sí. Esa noche, el pueblo entero se volvió unido. Elisa y Roberto, consiguieron trabajos gracias a las habilidades que habían demostrado. Y los pequeños, Leo, Estela y Deneb, fueron muy felices, con juguetes y ropas nuevas... pero, sobre todo, amigos, muchos y nuevos amigos para jugar. Y, en medio del festejo, Alicia, la mamá de la familia que había tirado la bola, por su rotura, descubrió, con asombro, cómo un pequeño objeto, aunque esté roto, puede todavía brindar alegría y felicidad a otras personas. Fin.
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Hermoso Santi 👏👏🤗