Autor Invitado:
Santiago Arroyo Dorado
Málaga, España
Sentado frente a una puerta al mundo, observo este universo de vidas, en el interior de esta pequeña, más entrañable taberna.
La penumbra domina el espacio, el exceso de luz que arroja una puerta abierta al exterior, hace que parezca estar sentado ante una pasarela muda de personajes. El aroma de mi acompañante me incita a observar, predecir, cuáles son las vidas de cuantas almas u objetos me rodean.
Por los rincones más oscuros y altos, observo una antigua cámara de fotos, ajada por el tiempo y los recuerdos. Arrinconada en este lugar, ambientado en la verde Irlanda, su lente debe de retener aún esmeraldas pastos irlandeses, ondeados por un fuerte viento, mientras una sufrida madre despide a su hijo, al borde de un acantilado, en un viaje sin retorno hacia unos horizontes plenos de esperanza.
Más atrás una bicicleta de paseo, roída por el uso, sin cubiertas, ni cadena, inmóvil, como la muchacha que pedaleaba sobre ella, con ansiedad, sujetando con una mano su pamela, en busca de un amor que riegue de besos, su enfermizo romanticismo.
Una añeja máquina de escribir, sin teclas, ante la falta de inspiración del escritor, rostro surcado por profundas arrugas, un vaso de rancio wisky y una colilla de cigarro apagada en la comisura de sus labios, recostado en su inseparable silla, deshilachada por la constancia, esperando esa musa caprichosa y esquiva.
Entonces, mientras saboreo la calidez de mi camarada, reparo en la compañía que me rodea de forma anónima, tan cerca y tan distantes unos de otros, ignorándonos, fingiendo no vernos.
Frente a mí, una pareja en el mediodía de sus vidas, compartiendo besos con sabor a despedida. ¡Ah el amor!, tan esperado …. tan injusto. El amor les desgarró hace tres días. Él vino a la ciudad hace ya dos meses, por razones de un trabajo que nuevamente le obligaba a partir. Ella le servía cada día los mejores de los platos, esperando cada día que mirase aquellos ojos inundados por el deseo, ansiando que reparara en ellos. Una esquina hizo lo que no pudo la más sugerente de las sonrisas, un tropezón, unos libros por el suelo y al levantarse descubrió el más hermoso de los mares, embravecido por el roce su aliento. Hoy partía, lamentando tan tardío tropezón, en la insistencia de sus besos yacía una amarga despedida a ningún lugar.
Dando otro sorbo a mi aromático compañero, mi atención es atrapada por un grupo de cuatros chicas, la adolescencia y sus locas perspectivas del futuro. La risa por enseña, la inquietud como piel, vidas en sus génesis, visiones vírgenes de la ilusión y la esperanza departiendo, mientras sus revolucionados relojes queman cualquier perspectiva del tiempo.
En la barra dos parejas, una de ellas tiene dibujada la palabra cotidiano en sus gestos. Él con un periódico, ella con una revista, dirigiéndose un ligero gruñido ante la más intrascendente de las noticias. Ya que no queda nada de aquellas miradas que acababan en incendio, el tiempo, el mayor devastador de sentimientos, había consumido y devorado aquella pasión que surgía ante un roce de piel. Sus sueños en común se han convertido en viejos abrigos abandonados en el interior de un armario. Él no ceja de mirar el reloj, esperando con ansia la hora en que su vida cobra seguridad, en el único sitio posible, su trabajo. No entiende que espera su compañera de él, escucha siente aprisionados mil sentimientos en su interior, mas no sabe cómo darles forma y servírselos a ella, la fuente de su amor. Ella lo mira furtivamente, preguntándose cuando perdió a su compañero y apareció aquel desconocido, con el que vivía hacía ya ocho desmadejados años. Los silencios ocupaban la mayor parte del tiempo en común. En lo íntimo de su sentir, una fuerza le empuja a abrazarle y susurrarle palabras de amor, enterradas en la rutina. ¿Pero cómo hacerlo, sin provocar en él el rechazo a sus muestras de amor?, él que se cuida de hacer muestras de sentimiento alguno.
En la única mesa situada en el epicentro de este universo de vidas, estoy yo. Mesa de forja, negra, redonda, apenas sitio para mis codos, ¿Cómo me verán los demás?, ¿qué historias esbozan mis gestos corporales?. Un caballero de pelo banco, cuyo rostro el tiempo lo ha surcado en cien direcciones, reposa sus calmados ojos en mí y ve a un ser solitario en espera de un recuerdo. Solitario por elección, pues la mejor de las compañías partió en un viaje sin retorno, pues solo el dolor sería el final de una pasión sin destino posible. Entre las manos el tiempo no pude atrapar, el deber, la justicia y el amor, generalmente son malas combinaciones….
La tibieza de mi acompañante me devuelve al ruido de la realidad y aquella puerta al mundo logró arrancarme una sonrisa. Al despertar de mis reflexiones me pregunto, ¿acaso son historia imaginadas, o quizás este pequeño universo de vidas, en su silencio, han compartido sus evocaciones con mi soledad?
03/12/03
Un relato, reflexión bellísimo que al menos a mi, me transportó a otra época, esa época que tanto se añora. El tiempo es inexorable con todos y son muchas las personas que se quedan solas.
Precioso. Un placer leerte. Abrazos
¡Extraordinario! 👏👏👏👏